Durante la Reforma del siglo XVI se dio la necesidad urgente –canalizada por Lutero y los reformadores- de renovar espiritualmente la Iglesia y cambiar aquello que no estuviera acorde al Evangelio. De aquí que nuestra iglesia y su forma de adoración litúrgica a través cultos o misas, y otros rituales, sigue las formas antiguas de la tradición cristiana, pero sin que ello implique dejar de adaptarse a las necesidades y al bienestar de las personas. Esto significa que la Iglesia Luterana es una iglesia Litúrgica y Sacramental, dentro de los cánones de lo que llamamos la “Iglesia histórica”, la iglesia de todos los tiempos unida en un solo Bautismo y en una sola la fe en nuestro Señor Jesucristo.

Veamos lo que dicen nuestras confesiones al respecto de los cultos y rituales cristianos:

En cuanto a los ritos eclesiásticos establecidos por hombres, enseñamos que uno debe observar lo que pueda realizar sin pecar y que contribuya a la paz y al buen orden en la Iglesia, como por ejemplo, ciertas fiestas y otras solemnidades. Sin embargo, exhortamos a no cargar las conciencias, como si esta suerte de instituciones humanas fueran necesarias para la salvación. Antes bien enseñamos que todas las ordenanzas y las tradiciones instituidas por los hombres para reconciliarse con Dios y merecer su gracia, son contrarias al Evangelio y a la doctrina de la salvación por la fe en Cristo. He aquí por lo que tenemos por inútiles y contrarios al Evangelio los votos monásticos y otras tradiciones que establecen diferencias entre alimentos, días, etc. por las cuales se piensa merecer la gracia y ofrecer satisfacción por los pecados. | CONFESIÓN DE AUGSBURGO, Art. 15

La Iglesia Luterana se define a sí misma como «la asamblea de creyentes entre los que se predica el Evangelio y se administran los santos Sacramentos según el Evangelio» (Confesión de Augsburgo, Art. 7). Por lo tanto, la predicación de la Palabra de Dios y la Eucaristía son considerados núcleos fundamentales del culto luterano (como lo había sido desde un principio en la Iglesia antigua). Los Sacramentos quedaron reducidos al Bautismo y a la Eucaristía o Santa Cena, en tanto que, según la interpretación luterana de las Sagradas Escrituras, son los únicos que cumplen con los requisitos de haber sido instituidos por Cristo; estar claramente mandados por la Palabra; y traer consigo una promesa de Dios que entrega su gracia y presencia a través de un elemento visible y sensible. Gracias a la Reforma, el culto se empezó a celebrar en las lenguas naturales de cada pueblo (antes se hacía todo en latín, lengua oficial de la liturgia católica, y muy pocos comprendían algo), destacándose la predicación como vía de enseñanza de la Palabra de Dios para ser aplicada en la vida de los creyentes. El luteranismo también, estimuló la participación comunitaria en el culto, en especial a través de cantos litúrgicos y de los himnos. El propio Lutero escribió muchos himnos para fortalecer la fe de los fieles y algunos alcanzaron gran popularidad. Todos estos elementos: sacramento, palabra leída y predicada, cantos litúrgicos e himnos, se encuentran presentes en nuestra liturgia hasta hoy, con las variaciones culturales que corresponda según la comunidad de que se trate.

La adoración desde la espiritualidad luterana no contempla, al igual que la iglesia antigua, la veneración a los Santos ni a la Virgen, aunque sí su conmemoración. Si bien creemos en ellos, en cuanto a su importancia para la Historia de Salvación y de la Iglesia, no creemos que sean intercesores entre Dios y nosotros, ya que eso va absolutamente en contra de la Palabra de Dios. Se eliminó entonces de la tradición litúrgica toda forma de culto o adoración a los santos, vírgenes o a las reliquias e imágenes, debido a que estas prácticas no son bíblicas ni tampoco edifican la fe, sino más bien, nos pueden hacer perder el fin último que es Jesucristo, quien es el único camino y mediador entre Dios y nosotros. Por ende, podemos tener imágenes de la Virgen o de los Santos, pues son modelo de fe ya que, naciendo pecadores al igual que nosotros, dieron un inmenso testimonio de fe a través de sus obras. Sin embargo, creemos que nadie ni nada es merecedor de alabanza, sino sólo Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto se explica de manera muy clara en la Confesión de Augsburgo:

Con respecto al culto a los santos enseñamos que se puede proponer la memoria de los santos a los fieles de manera que imitemos su fe y obras de acuerdo a la propia vocación, como el Emperador puede seguir el ejemplo de David para hacer la guerra al Turco y alejarlo de sus dominios, ya que los dos son reyes. Pero la Escritura no enseña que se deba invocar a los santos, pedir su ayuda e intercesión. “Hay un solo propiciador y mediador entre todos los hombres, Jesucristo” (1ª Timoteo 2:5). Él es el único salvador y el único sumo sacerdote, propiciador e intercesor ante Dios (Romanos 8:34). Sólo Él debe ser invocado y es el único que nos ha prometido escuchar nuestra oración. Este es el culto más excelente de todos y consiste en buscar a Cristo e invocarlo del fondo del corazón con todas nuestras fuerzas y nuestros deseos. San Juan lo dice así: “Si alguno ha pecado, tenemos un intercesor junto al Padre, Jesucristo, el justo” (1ª Juan 2:1) | CONFESIÓN DE AUGSBURGO, Art. 21


UN CALENDARIO PARA TODA LA IGLESIA DE CRISTO

El Leccionario

En cada culto se lee y se predica sobre las lecturas que propone el Calendario Eclesiástico Ecuménico, manual que reúne las lecciones que corresponden a cada domingo o fiesta en particular. Este calendario es de 3 años, es decir, cada 3 años se van repitiendo los ciclos de lecturas. Durante esos 3 años eclesiásticos, se lee casi toda la Biblia en el culto. Al completar los 3 años, se comenzará otro ciclo desde el comienzo (en el 1er Domingo de Adviento). Cada ciclo de 3 años contempla las lecturas bíblicas desde la perspectiva de los Evangelios Sinópticos: un año leemos a Mateo (Ciclo A); un año leemos a Marcos (Ciclo B); y un año leemos a Lucas (Ciclo C); el Evangelio de Juan se va introduciendo durante los 3 ciclos en vez del Evangelio base. Es fácil darse cuenta que este Calendario, el cual sigue la gran mayoría de las iglesias cristianas históricas (tanto Católicos como Protestantes), está centrado en el Evangelio, como fuente y base de la predicación. Las otras lecturas servirán de contexto, apoyo e interpretación del Evangelio.

  • Ciclo A: Evangelio de Mateo + Evangelio de Juan
  • Ciclo B: Evangelio de Marcos + Evangelio de Juan
  • Ciclo C: Evangelio de Lucas + Evangelio de Juan

Si se pone atención en las lecturas dominicales del culto, se podrá saber en qué ciclo está la Iglesia. La misma atención nos hará ver que para cada celebración hay 3 lecturas y un salmo:

  • Canto o Lectura de un Salmo (del libro de los Salmos)
  • Lectura del libro histórico (Antiguo Testamento + Hechos)
  • Lectura de una Carta apostólica (cartas de Pablo, Pedro, Juan, etc.)
  • Lectura del Evangelio (Mateo, Marcos, Lucas y Juan).

Estas lecturas bíblicas nos ayudan, en complemento, a integrarnos a toda la historia de Dios con su pueblo desde la obra de Cristo en el Evangelio (Solo Cristo). Así, escuchamos las oraciones de los Salmos, las historias heroicas y proféticas de los libros del Antiguo Testamento, la doctrina y experiencias de fe de las Cartas Apostólicas, y por último, la grandeza y el amor pleno de Dios en el Evangelio de nuestro Señor, que es  la razón por la cual estamos todos reunidos alabando y reconociendo la presencia de Dios en nuestras vidas, que es lo que predicamos cada culto (Solo Gracia).

Si tomamos en cuenta que las comunidades están en constante cambio, es importante, como iglesia bíblica que somos (Solo Escritura), que se predique la Palabra de Dios más de una vez, y en lo posible, con distintas interpretaciones a la luz de la actualidad y de la realidad comunitaria; siendo lo esencial que a través de la Palabra recibamos la fe y confianza en Dios que necesitamos para vivir nuestras vidas acorde a esa fe y caminemos juntos con Cristo hasta la vida eterna (Solo Fe). De aquí que no existe problema alguno en volver a leer las lecturas cada 3 años, ya que cada momento con la Palabra de Dios y la comunidad reunida es una experiencia nueva y transformadora. Es por esto que la predicación y la vida comunitaria son una rica experiencia de fe, siempre renovándose y actualizándose.

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PRIMERA ETAPA DEL AÑO LITURGICO

Adviento

El Tiempo de Adviento

La venida de Jesús al mundo es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso preparar durante siglos, con un Adviento que duró cientos de años, lleno con el anhelo de los fieles del Antiguo Testamento que no cesaban de pedir por la venida del Mesías, el Salvador. El tiempo de Adviento marca para los cristianos el comienzo del  Año Eclesiástico y se celebra siempre durante las 4 semanas (domingos) previas al día de Navidad (24-25 de diciembre). Entonces el 1er Domingo de Adviento, es el primer día del Año Eclesiástico. Adviento significa “venida” o “llegada” (de advenimiento), refiriéndose al nacimiento del Hijo de Dios, nuestro Salvador Jesucristo en la Navidad, pero poniendo también la mirada en la Segunda Venida o Parusía, que pondrá fin a la historia y dará comienzo al cumplimiento pleno de las promesas de Dios en la resurrección.

Símbolos del Tiempo de Adviento

Es tradición en esta época el tener una Corona de Adviento (en las casas y en la iglesia) y prender una vela por domingo hasta llegar a las cuatro velas encendidas. Mientras más velas encendidas hayan, más luz se irradia de ellas, y eso simboliza la creciente luz que viene a traer nuestro Señor Jesucristo al mundo con su nacimiento. La luz de cada vela nos va indicando el camino que debemos recorrer hacia la luz plena de Navidad. La luz ilumina, nos aleja del miedo, de los peligros, es símbolo de Jesucristo, Luz del mundo, Luz de las naciones y paz para los creyentes. Las velas anticipan la venida de la luz en la Navidad: la venida de Jesucristo al mundo y a nuestras vidas. El encender domingo a domingo una vela, incluyendo la del domingo anterior, representa la gradual venida de la luz en Navidad. El Tiempo de Adviento contempla 4 domingos. En cada domingo hay una vela con un significado que nos ayuda a prepararnos para la venida de Jesús: 1er Domingo: la Esperanza; 2do Domingo: la Paz; 3er Domingo: el Gozo; 4to Domingo: el Amor; y el día de Navidad: el Nacimiento de nuestro Salvador.

Color del Tiempo de Adviento

En este tiempo de Adviento se utiliza el color Violeta o Morado para ayudarnos a vivir en la espera y en la paciencia, aunque también en la esperanza y la oración para recibir aquel nacimiento que cambiará el mundo y nuestras vidas para siempre. Como siempre el color morado en la Iglesia indica que es un tiempo de recogimiento, preparación interior, enmienda y cambio, para estar dignamente preparados para celebrar la fiesta a la que nos dirigimos.

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SEGUNDA ETAPA DEL AÑO LITÚRGICO

Navidad


TERCERA ETAPA DEL AÑO LITÚRGICO

Epifanía

El Tiempo de Epifanía

Significa “manifestación” o “revelación”, es el período en el que repasamos la visita de los Sabios de Oriente (o reyes magos), las historias de la infancia de Jesús, las persecuciones, y el Bautismo de Jesús; recordando cómo Dios se manifestó y se reveló, dándose a conocer a nosotros por medio de su Hijo. El Tiempo de Epifanía comienza con la fiesta de la Epifanía de nuestro Señor, el día 6 de enero, que marca la visita y reconocimiento de los sabios de Oriente a Jesús como nuevo rey en el mundo. En esta fiesta se celebra el hecho de que Jesús se haya “manifestado” o “revelado” al mundo, es decir, que se haya hecho conocer por todos y para el bien de todos, que es lo que simboliza la visita desde Oriente. Es el momento de reflexión sobre el hecho de que Dios ha venido al mundo a través de su Hijo, Jesús. En el último domingo de Epifanía celebramos la Transfiguración de Nuestro Señor, en la cual se nos muestra la gloria que Jesús mostró en la montaña confirmando el misterio de la fe con el testimonio de Moisés y de Elías (que se muestran a su lado) y la voz emanada de la nube resplandeciente. En este día también se anuncia la muerte de Jesús en Jerusalén y por ello se utiliza el color Blanco. El Tiempo de Epifanía puede durar entre 6 a 9 domingos, dependiendo de la fecha en que caiga la Pascua, que se establece no como un día fijo, sino a través del calendario lunar.

Símbolos del Tiempo de Epifanía

Como símbolo de esta fiesta se utiliza la Estrella, que nos recuerda la señal de Dios que siguieron los Sabios de Oriente para encontrar a Jesús y rendirle honores.

Color del Tiempo de Epifanía

Tanto en el Día de Epifanía como en el domingo siguiente, que se celebra el día del Bautismo de nuestro Señor, se utiliza el color Blanco, para destacar el amor y la presencia de Dios entre nosotros a través del nacimiento y bautismo de Jesús. Luego, los domingos siguientes, para enfatizar en la gloria de Dios y crecimiento de la Iglesia, se utiliza el color Verde, que nos recuerda constantemente que Dios cuida su Creación y se revela en ella; es un color de vida, de naturaleza, de creación de Dios y demuestra que todo viene de Él: nuestra vida, nuestro sustento, nuestra salvación.

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CUARTA ETAPA DEL AÑO LITÚRGICO

Cuaresma

El Tiempo de Cuaresma

Es el tiempo de preparación, oración y ayuno en el que intentamos comprender el sacrificio de Cristo por nosotros en la cruz. En este tiempo no se canta el “Gloria a Dios en las alturas” ni el “Aleluya” durante el culto ni se ponen flores en el altar (o sólo ramas o flores moradas), para enfatizar que es un tiempo de meditación y ayuno, y también, para esperar a la verdadera alegría y vida que están por llegar con la Pascua. Este tiempo, tal como lo dice su nombre, dura 40 días y recuerda a los 40 días del Diluvio, los 40 años que el pueblo de Israel caminó por el desierto al salir de Egipto, los 40 días que estuvo Jesús en el desierto como preparación para comenzar su ministerio y los 40 días que pasaron entre la resurrección y la ascensión de Jesús. De la misma manera, durante cuaresma, nosotros nos preparamos para recibir el amor de Dios en un mundo que muchas veces no ayuda a hacerlo. La cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza, en donde recibimos la imposición de las cenizas sobre nuestra frente con el signo de la cruz, que nos recuerda la muerte de Jesucristo y también nos ayuda a aceptar nuestra propia muerte, algo inevitable y natural, pero que recibimos con esperanza en la resurrección.

Símbolos del Tiempo de Cuaresma

Las Cenizas son el símbolo de que todo es pasajero y transitorio («Porque polvo eres y al polvo volverás» Gn 3:19). Luego de los cuarenta días de Cuaresma, ésta termina con el Domingo de Ramos o Domingo de la Pasión, en donde recordamos la entrada de Jesús a Jerusalén, dispuesto a morir por amor a la humanidad. En este día recolectamos humildes ramitas de olivos o palmas para compenetrarnos con la entrada de Jesús a Jerusalén, entrada que para nosotros significa esperanza y fin al dolor y al sufrimiento. Estas mismas hojas de palmas u olivos se guardan en los hogares durante casi un año para luego quemarlas y convertirlas en cenizas, siendo éstas, las cenizas que se nos impondrán el próximo Miércoles de Ceniza, destacando el simbolismo de la esperanza ante la muerte, contrastando la esperanza de quienes esperaban a su rey Jesús a la entrada en Jerusalén con la inevitable muerte de toda persona. Esto significa que la muerte debe ser aceptada desde la esperanza en la resurrección lograda por Jesucristo.

Color del Tiempo de Cuaresma

El color utilizado en la Cuaresma es el Violeta o Morado, símbolos de introspección, meditación, ayuno y sacrificio, salvo en Miércoles de Ceniza que se utiliza el Negro, enfatizando la muerte de Jesús y la aceptación de la fragilidad humana que también es destinataria de la muerte natural: «Recuerda que del polvo vienes y al polvo volverás».

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QUINTA ETAPA DEL AÑO LITÚRGICO

Pascua

El Tiempo de Pascua

Es el tiempo que utilizamos para meditar lo que Cristo hizo por nosotros por medio de su pasión, muerte y resurrección. Asimismo, tratamos de ver qué significa la muerte de Jesús y de qué manera recibimos y vivimos su  resurrección. Algunas veces se comienza el día Jueves Santo con la celebración de la Última Cena de Jesús con sus discípulos, siguiendo el rito hebreo antiguo o con el rito del lavado de los pies según aparece en el Evangelio de Juan. Luego, el Viernes Santo, se recuerda la muerte de Jesús en la cruz, compenetrándonos con su dolor, sufrimiento y amor por la humanidad. En señal de tristeza y luto no se cantan el Gloria ni el Aleluya (tampoco se hace durante toda la Cuaresma), ni tampoco se tocan las campanas. La iglesia se viste totalmente de Negro, tapando o sacando todos los adornos y símbolos en señal de luto. En el Sábado Santo o Vigilia Pascual nos preparamos para recibir pacientemente la resurrección el día domingo.

Pascua de Resurrección es la fiesta más grande y solemne del Calendario Eclesiástico en la cual celebramos, con alegría y júbilo, que nuestro Señor ha vencido al pecado y a la muerte por medio de su resurrección. Es la fiesta central de la fe cristiana. Celebración de la vida en abundancia, de la esperanza, de la victoria de la vida sobre la muerte. Fiesta de alegría, de resurrección. Está ligada también a la fiesta de Pascua de los judíos (Pésaj), que conmemora la liberación de la esclavitud en Egipto. De aquí que para los cristianos la Pascua también significa Liberación, en cuanto somos liberados de las ataduras del pecado y de la muerte y resucitados por la fe en nuestro Señor Jesucristo. En el domingo de Pascua comienza el Tiempo de Pascua, y en donde en un período total de 7 semanas o domingos, asumimos que somos el pueblo de la resurrección y que nuestra vida eterna comienza hoy, cuando creemos en la vida que Dios nos ha regalado por medio de Jesús. La última semana del tiempo de Pascua se celebra la fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor, que se fecha exactamente 40 días después del Domingo de Pascua. En este día recordamos que Jesús está sobre nosotros y es el único que ha resucitado y que puede interceder  por nosotros ante Dios, porque se encuentra a su derecha. Así como se fue y “subió al cielo”, un día Él volverá en gloria y majestad, trayendo consigo el Reino definitivo. Esto es conocido como la Segunda Venida de Cristo (o Parusía), día que todo cristiano espera con fe y en donde seremos de una vez resucitados juntos, tanto vivos como muertos, y llevados a la vida eterna. Luego del día de la Ascensión vendrá el 7mo y último domingo de Pascua, ya preparando el camino para celebrar el próximo domingo la fiesta de Pentecostés. La fiesta de la Pascua, entonces, determina el calendario móvil de otras fiestas: así la Ascensión (el ascenso de Jesús al cielo) se celebra 40 días después y Pentecostés 10 días después del día de la Ascensión (es decir, 50 días  después de Pascua). La semana anterior a la Pascua de Resurrección es la Semana Santa, que comienza con el Domingo de Ramos (que conmemora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén). Hacia atrás, los 40 días que preceden a la Pascua son establecidos como la Cuaresma, y desde el 6 de enero (Día de Epifanía) hasta el primer día de la Cuaresma en el Miércoles de Ceniza durará el Tiempo de Epifanía. La fecha de celebración de la Pascua de Resurrección varía entre el 22 de marzo y el 25 de abril, ya que tiene lugar el domingo siguiente a la primera luna llena de la primavera del hemisferio norte.

Símbolos del Tiempo de Pascua

Un símbolo de la Pascua de Resurrección es el Huevo de Pascua, en cuanto se entiende que en la cáscara del huevo se esconde la vida que está latiendo dentro. Cuando ella se quiebra, nace una nueva vida. De la misma manera, la vida “nace” con la muerte y resurrección  de Jesús. Otro símbolo es por supuesto la cruz: Cruz con el Cristo (Crucifijo) y los Clavos, para enfatizar en la crucifixión el viernes santo; Cruz Vacía y Sepulcro Vacío para enfatizar en la resurrección de Cristo.

Color del Tiempo de Pascua

El color litúrgico para el tiempo de Pascua es el Blanco, realzando la santidad y amor de Dios para con toda la humanidad, al haber dado a su propio Hijo para morir por nosotros.

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SEXTA ETAPA DEL AÑO LITÚRGICO

Pentecostés

El Tiempo de Pentecostés

En griego, significa 50, y 50 son los días que pasaron desde la Pascua hasta este domingo en que recordamos el cumplimiento de la promesa de Jesús del envío del Espíritu Santo, enviado para ayudarnos en la misión para cuando Jesús ya no estuviera entre nosotros. Este día es también el aniversario de la  Iglesia porque, como dice en Hechos 2, con la venida del Espíritu Santo, se da inicio a la Iglesia Cristiana. Con la Fiesta de Pentecostés entonces celebramos el envío pleno del Espíritu Santo tal como lo había prometido Jesús a sus discípulos, llamado a dar la fe, a iluminar y a congregar a los fieles como un solo cuerpo en la Iglesia. Tenemos que el Tiempo de Pentecostés comienza el día de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, hasta la fiesta de Cristo Rey o Domingo de la Eternidad, que es último día (domingo) del año eclesiástico. En este día de celebra a Jesús como Señor del mundo (o “Rey”), luego de un año de reflexión y aprendizaje en la fe a través del culto dominical.

En el domingo después de Pentecostés, la Iglesia celebra el misterio de la Santísima Trinidad, en donde  Dios se manifiesta en sus tres Personas: Padre Creador, Hijo Salvador –Jesucristo-, y Espíritu Santo Consolador –que despierta la fe, crea y mantiene la Iglesia. En este domingo se nos invita a reconocer al Dios Trino que se ha manifestado plenamente a la humanidad, primero como Padre, luego como Hijo y ahora como Espíritu Santo, siendo siempre un solo Dios por toda la eternidad.

Símbolos del Tiempo de Pentecostés

El Espíritu Santo ocupa el centro de la simbología en este tiempo, representado como Lenguas de Fuego, que recuerdan las “lenguas de fuego” que inspiraron a los apóstoles a predicar en distintas lenguas “para que todos los comprendieran”, y la Paloma, que representa también al Espíritu Santo que está siempre con nosotros entregándonos los dones necesarios para dar testimonio de Cristo. Todos los domingos siguientes, hasta Adviento se conocen como tiempo de Pentecostés, tiempo de la Iglesia, o tiempo de Trinidad. En este período se usarán símbolos como un Barco, Redes, Peces y Panes, que nos recuerdan a la Iglesia viva de Jesucristo que anuncia vida y esperanza,  y que está en constante crecimiento. Es una época o estación en la que oímos y estudiamos las enseñanzas de nuestro Señor y sus implicancias en nuestra vida cristiana personal y comunitaria.

En este Tiempo de Pentecostés, ubicamos también otras fiestas importantes, aparte de Trinidad, y así celebramos el 31 de octubre el Día de la Reforma y el 1° de noviembre el Día de todos los Santos. Especialmente el Día de la Reforma es de fundamental importancia para los luteranos, ya que marca el recuerdo del día en que Martín Lutero clavó en Wittenberg, sus 95 tesis en contra de la inescrupulosa venta de indulgencias en el año 1517, dando así, comienzo al proceso de Reforma de la Iglesia, del cual manará la Iglesia Protestante separada de la Iglesia Católica Romana. Se utilizará como símbolo principal en esta fiesta a la Rosa de Lutero, que nos recuerda el pensamiento luterano sobre el ser humano a la luz de la fe en Dios. En el Día de todos los Santos, el 1° de noviembre, se recuerda a todos los muertos en la fe, recordando que los “santos” son todas las personas bautizadas en la fe cristiana. Entonces, esta celebración es en realidad, la fiesta de los que esperan la resurrección desde la muerte, mientras que nosotros la esperamos aun en vida, todos en la esperanza de la Segunda Venida de nuestro Señor al mundo.

Color del Tiempo de Pentecostés

El la Fiesta de Pentecostés usamos el color Rojo para simbolizar el fuego del Espíritu Santo en nuestros corazones. En el Día de Trinidad usamos el color Blanco para simbolizar la santidad de Dios y la pureza de la fe que nos ha dado a través de su Espíritu Santo. En el resto del Tiempo de Pentecostés o Trinidad usaremos color Verde, enfatizando en el crecimiento y maduración de la Iglesia.

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El Culto Cristiano

Los cristianos, alrededor del mundo, nos reunimos el día Domingo para encontrarnos con Dios y con su comunidad de santos, para interactuar con Él, para conocer su amor, recibir sus dones, y para expresar nuestro agradecimiento por su cuidado y bendición. Este es el significado del culto.

¿Culto o Misa?

¿Cómo se llama correctamente la reunión celebrativa que tenemos todos los domingos en nuestras congregaciones? Dentro del mundo protestante encontramos diferentes términos. En el mundo de habla alemana se utiliza la palabra Gottesdienst, que ha sido traducida al castellano como Servicio Divino. En el mundo de habla inglesa se utiliza la palabra Service, que significa Servicio (también la palabra Worship, que significa adoración). También, proveniente del mundo de habla inglesa, se utiliza Santa Comunión (Holy Communion) como nombre para la celebración, dado que ésta constituye el elemento central de la celebración. En el mundo latino utilizamos la palabra Culto (en francés Culte) para referirnos a nuestras celebraciones litúrgicas. Finalmente no podemos dejar de mencionar la palabra Misa, que es el nombre que tradicionalmente ha utilizado la Iglesia para denominar a la celebración por excelencia. Cuando Lutero escribió sus dos primeras liturgias, las llamó Misa Latina y Misa Alemana. En las Iglesia Orientales y Ortodoxas se usa la denominación Divina Liturgia para referirse exclusivamente a la Misa.

Los términos que se refieren a la celebración como Servicio [Divino], hacen énfasis en la dimensión divina de la celebración. En este sentido, se entiende que el «Servicio» es un espacio/tiempo creado por Dios para que los cristianos podamos reunirnos en su presencia, orar en comunión, recibir el consuelo del Perdón, escuchar su Palabra, y a recibir sus Sacramentos (Gottesdienst es servicio de Dios y para Dios). La palabra Culto es de uso genérico e incluye en su concepto a nuestra celebración.

¿Qué dicen nuestras confesiones luteranas?:

queremos recalcar… que nosotros no abolimos la Misa, sino que la conservamos y defendemos escrupulosamente. Porque entre nosotros se celebran Misas todos los domingos… y se administra en ellas el Sacramento a quienes lo desean recibir, después de haber sido examinados y absueltos | CONFESIÓN DE AUGSBURGO, Art 24

Todos estos nombres que hemos visto pueden utilizarse correctamente, entendiendo que todos se refieren a la misma realidad celebrativa que Dios nos ofrece por amor. Más allá de que la llamemos Culto o Misa, lo importante es que sepamos lo que señala la Confesión de Augsburgo, en el Art. 24: «Puesto que la Misa no es un sacrificio para quitar los pecados de otros, vivos o muertos, sino que debe ser una comunión en la cual el sacerdote y otros reciben el Sacramento para sí, nuestra costumbre es que en los días de fiesta y en otras ocasiones cuando hay comulgantes presentes, se celebra la Misa, para que comulguen quienes lo deseen». Por lo tanto, la Misa o Culto es la fiesta organizada por Dios para brindarnos su perdón y consuelo a través de la Palabra y el Sacramento.

La Comunidad

El culto tiene una dimensión muy importante y es la de la Comunidad. El culto no es solo el día especial para alabar a Dios, sino también el día en el cual se reúne toda la Comunidad. Porque «donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos» (Mateo 18:20). Estas palabras de Jesús nos dicen que a Dios se le alaba en Comunidad. Es aquí en el mundo, con nuestros semejantes, pecadores igual que todos, que recibimos el perdón y el amor de Dios, todo por gracia y sin que lo merezcamos, pero nosotros por su parte, nos comprometemos a vivir desde la fe y eso implica buscar la voluntad de Dios y seguir sus mandamientos. Por otro lado, también reconocemos que Dios está presente en su Palabra, leída y predicada, y que viene realmente en Cuerpo y Sangre hacia todos los creyentes en su Santa Cena, renovando nuestras vidas en Jesucristo. Y donde está Dios, están sus dones de salvación, paz y alegría. De aquí tenemos entonces que el culto es la reunión de la Comunidad creyente en Dios que necesita de su perdón, enseñanza y nueva vida para  continuar su peregrinación por el mundo hasta que él los conduzca a la Vida Eterna.

Por supuesto que también otras aspectos del culto que colaboran en nuestra espiritualidad, como la música, arquitectura de los templos, las imágenes, etc. La belleza visual y auditiva puede ser placentera y hacernos bien. La apertura y bienvenida de los que se encuentran a nuestro alrededor y el compartir nuestra alegría son muy importantes. Confesar nuestra fe con otros cristianos nos fortalece. Pero lo que va más allá de cualquier otra cosa es la verdadera presencia y poder de Dios, reveladas en la comunidad que se reúne en su Nombre y disfruta de su gracia y bendición.

Esto no sería posible si no fuera por Jesucristo, porque el amor de Dios es en Jesús. Así es como Dios nos trajo cerca suyo. Jesús se hizo humano para rescatarnos. Porque Él murió por nuestros pecados, nosotros vivimos. La fe en Jesucristo nos trae estos regalos y nos une a Dios. Estar con Él es la razón por la que nos juntamos los domingos. Por eso, nuestra liturgia se centra en Jesús y en su Santa Cena, quién reveló la plenitud del amor de Dios. En Él nosotros encontramos a Dios (Emmanuel = Dios con nosotros).

Las partes del Culto Cristiano

Así como cuando visitamos a nuestros padres, normalmente compartimos una conversación y una comida (sobre todo cuando celebramos algo), lo mismo ocurre en el Culto. Dios hizo algo que sólo Dios podía hacer: tornar nuestros corazones hacia Él y transformar nuestro pecado en amor. Dios hace esto cada domingo al venir a nosotros con su Perdón, su Palabra y sus Sacramentos.

El Culto comienza con nuestra Confesión, arrepentimiento y el perdón misericordioso de Dios. Eso nos hace aptos para recibir su Palabra y sus Sacramentos en armonía y en contacto con Dios: primero le conocemos en el perdón, luego lo recibimos en la Palabra y finalmente se hace presente entre nosotros en la Comunión. Cuando los estos elementos se encuentran juntos en un solo evento, existe una plenitud de encuentro con Dios. Antiguamente la Confesión se hacía antes del Culto y no formaba parte de éste, sino que era una preparación necesaria para poder acceder de buena manera a los misterios de Dios. Es por esto que algunos consideran la Palabra y el Sacramento, como las partes fundamentales del Culto. Estos tres elementos, dan forma y una estructura básica a nuestro Culto, estableciendo un equilibrio entre los maravillosos dones de Dios y nuestra respuesta. Dios viene a nosotros y nosotros le respondemos con cantos, con un corazón renovado y con obras que emanan de la fe que Dios nos dio.

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LA LITURGIA DE LA IGLESIA LUTERANA

Liturgia Luterana

Invocación y alabanza

♪ Primero Himno

♦ Introït

♦ Confesión y Absolución

♦ Kyrie Eleison

♦ Gloria in excelsis Deo

♦ Collecta (Oracion del dia)

Liturgia de la Palabra

♦  Primera lectura del Antiguo Testamento (ou de del libro de los Hechos de los Apóstoles en el Nuevo)

♦♪ Salmo

♦  Segunda lectura de las Cartas Apostólicas

♦  Lectura del Evangelio de Jesucristo

♪ Himno del dia

♦ Sermon

♦ El Credo

Liturgia de la Santa Cena

♦ Oración general de la Iglesia

♪ Sanctus y Benedictus

♦ Padre Nuestro

♦ Palabras de Institución

♪ Agnus Dei

♦ Distribución

♪ Nunc Dimittis

Bendición y Salida

♦ Bendición

♦ Postludio

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♦ Liturgia de Entrada ♦

Preludio

El Preludio, al igual que el Postludio tiene la función de preparar nuestros sentidos y espíritu para la celebración religiosa. En este caso, el preludio nos da un espacio para reflexionar sobre nuestras acciones durante nuestra semana, el día anterior, o de toda la vida, permitiendo una conexión necesaria entre Dios y nosotros. Si aprovechamos este tiempo de preludio, acompañados siempre de una música que colabora con este proceso, podremos estar mejor preparados para confesar nuestros pecados, recibir el ansiado perdón de Dios mediante nuestra Confesión y arrepentimiento, escuchar su Palabra y recibir su Santa Cena.

Invocación

       P  En el nombre del Padre, del † Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

La única manera adecuada de comenzar el culto es en el Nombre del Dios Trino. Todo lo que sigue es para glorificar a Dios, aprender de Él y recibir sus dones de gracia. Este es el motivo por el cual el pastor oficia y la razón por la cual la congregación está reunida. El oficiante saluda a toda la comunidad utilizando una fórmula trinitaria tomada de 2ª Corintios 13:14.

Así como cuando un pueblo celebra su aniversario pone carteles en los caminos y lo anuncia para que nadie se pierda la celebración, para nosotros los cristianos, ese cartel que está sobre nuestras vidas es el Nombre trinitario de Dios. Ese Nombre fue pronunciado cuando el agua bautismal se derramó sobre nosotros, y en Él fuimos hechos hijos e hijas de Dios. De aquí que cada vez que escuchamos las palabras  «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo», recordamos nuestra conversión a la fe cristiana, el recibimiento de un nuevo nacimiento y la constante renovación de nuestras vidas en el Espíritu Santo. La Invocación dirige nuestro ser hacia nuestros orígenes: nos reunimos en Nombre del Dios Trino; del Dios que se revelado al mundo como Padre, Padre y Creador de todo y todos; como Hijo que vino a buscar la comunión con nosotros y dar su vida para darnos vida en abundancia, y como Espíritu Santo sostenedor de toda la Creación y de toda la Iglesia. Se hace la señal de la cruz U cada vez que mencionamos a Dios Trino en cuanto es el gesto “visible” de ese Dios que se revela a nosotros y por el cual obtenemos nuestra vida, sustento y esperanza. La señal de la cruz puede hacerse por el pastor u oficiante P hacia el pueblo reunido o ser una persignación propia.

Nuestra respuesta al nombre de Dios está contenida en una sola palabra: «Amén». Los creyentes del Antiguo Testamento usaban esta palabra hebrea para terminar una oración. Los cristianos del Nuevo Testamento continuaron diciendo y cantando «Amén», y la Iglesia ha mantenido esta práctica desde entonces. «Amén» significa un «¡Sí!» enfático (literalmente «Que así sea»). Diciendo «Amén» aceptamos y creemos en la Trinidad de Dios que acabamos de escuchar; decimos un “Sí” seguro a la Invocación recién pronunciada. Decimos fuerte: «Amén» : «¡Sí! Esta es mi fe, mi confianza y mis pensamientos. Que así sea».

Himno de Entrada

El Himno de Entrada, introduce la temática central del culto, apoyando el mensaje de la predicación. Toda la comunidad reunida comienza su culto de adoración al Señor Todopoderoso con cánticos y alabanzas. Este primer himno puede ser cantado tanto al comienzo de la celebración, como luego de la absolución, que es donde realmente comienza el culto a Dios, con la Liturgia de la Palabra.

Voto Bíblico o Introito

El Introito (= introducción, entrada) o Voto Bíblico cumple la función de introducir al día del culto con una lectura bíblica. Esta lectura se toma específicamente del Salmo del día, o si no, de algún otro versículo que corresponda con el mensaje del día. Se suele comenzar esta lectura diciendo: «Así está escrito…», haciendo énfasis en la presentación de la Palabra de Dios en el culto. El Salmo es experiencia viva de fe con Dios de un hombre (el salmista) que tiene las mismas penas, dolores, desesperanza e impotencia que cualquiera de nosotros; pero al mismo tiempo, entrega todas esas emociones a su Dios, confiando en Él y poniendo toda su esperanza en Él. Este Voto Bíblico contextualiza la experiencia de Dios hacia nosotros; Dios que se ha presentado como Padre, Hijo y Espíritu Santo; que es nuestra ayuda y el escudo en nuestra vida; y ahora sabemos que interviene en la vida de los que en Él creen para darles paz, confianza y esperanza. Esta experiencia real de fe en la Biblia nos conmueve y eso nos lleva a dar gracias y alabar a Dios, por su amor, grandeza y misericordia. Por eso se exclama al finalizar el Voto Bíblico: «¡Adoremos al Señor!», esperando la unión de la comunidad en la experiencia de fe quienes contestan cantando alabanza a Dios dando gloria a Dios.

Confesión de Pecados

Esta parte del culto luterano, data de 1524, o sea, de los primeros días del movimiento reformador iniciado por Martín Lutero. Los primeros reformadores instaban a que las personas continuaran yendo a la confesión privada como se había hecho en el pasado, pero como ya nadie iba a confesarse debido a la corrupción latente de los clérigos de la iglesia, se hizo de éste un asunto comunitario y se adaptó al culto de modo que haya una Confesión de Pecados y Absolución comunitaria y preparatoria para escuchar la Palabra y recibir los Sacramentos.

La Confesión de Pecados inicia confesando y reconociendo nuestro Pecado Esencial, es decir, nuestra pecaminosidad natural e inherente parte de nuestra naturaleza y tendencia a rebelarnos contra Dios. En la Confesión, entregamos en las manos de Dios tanto aquellos pecados y egoísmos que hicimos como también aquello que no hicimos y sí deberíamos haber hecho; es decir, confesamos tanto los pecados de comisión como los de omisión. Sabemos que no podemos ocultar nuestro verdadero ser de nosotros mismos ni de Dios. Sabemos en dónde hemos herido y en donde hemos pecado, y el rol que hemos tenido en herir a otros, a veces a pesar de nosotros mismos y a veces a causa nuestra. No tiene sentido ocultar todo esto de Dios, ya que de todas formas Él lo sabe y conoce lo que hay dentro de nuestro corazón. Esas heridas y pecados son en gran parte la causa por la que necesitamos tanto el amor de Dios y nos presentamos ante él con humildad y esperando su perdón, de modo que podamos renovar nuestras vidas y ser mejores cristianos cada día, como Dios mismo quiere que seamos para nuestro propio bienestar integral. Estamos en el mundo para ser felices y Dios busca esa felicidad en nosotros, y es por eso que debemos confesar nuestros pecados, de modo que podamos aprender de Dios y sacar aquello que tanto mal nos hace.

Con la Confesión reconocemos que no hemos amado a nuestro prójimo como deberíamos. Dios sabe todo esto, pero para nuestro bien y crecimiento personal necesitamos confesarlo y estar dispuestos a mejorar. No es nuestra bondad lo que le presentamos a Dios sino nuestras falencias, errores y pecados. De ahí que nuestra Confesión debe provenir desde lo más profundo y sincero de nuestro corazón, y debe estar revestida de arrepentimiento y humildad, confiados en la misericordia y perdón de Dios. Sabemos que su amor y fidelidad va más allá de nuestras faltas. Su amor, inmerecido por nosotros, pero que Dios da por su gracia, nos puede liberar del castigo de nuestros pecados. Porque a través del sufrimiento y la muerte de Jesucristo, Dios mismo dio el paso crucial, para que sepamos que Él conoce el dolor, el sufrimiento, la desesperanza, el abandono e incluso la muerte. Jesús tomó el castigo de nuestro pecado sobre Él mismo para que nosotros podamos tener vida y ser transformados por Él hacia una nueva experiencia de fe por nuestro propio bien, paz y felicidad. Él se hizo hombre y sufrió en la cruz del Calvario para ser como nosotros y empatizar en todo aquello que nos da dolor y temor. Así, a través de Cristo, Dios nos da el perdón de nuestros pecados, de modo que ese perdón esté fundando en la fe y no en nuestras propias fuerzas ni capacidades, sólo para nuestro propio bienestar y vida plena.

Absolución

P  El Señor en su infinita misericordia, por la obra de Cristo en la cruz y por nuestro arrepentimiento y confesión, nos concede el perdón de nuestras faltas y egoísmos, y nos conduce a la Vida Eterna. Amén.

La Absolución, es decir, la declaración del perdón por medio de la gracia de Dios, se lleva a cabo en cumplimiento de las promesas de Dios y obra mediadora de Jesucristo, mediante el cual nosotros, los que creemos en Él, podemos obtener el perdón. A quienes verdaderamente han confesado sus pecados y se arrepienten de corazón, el pastor les expresa el perdón que viene sólo de Dios gracias al amor revelado en Jesucristo, en su muerte y resurrección. El hecho de sentirnos perdonados por Dios, a través de Jesucristo, es uno de los sentimientos más hermosos que nos entrega la vida de fe, y al mismo tiempo, el inicio de una transformación de nuestras vidas volcándonos hacia Dios y al cumplimiento de sus mandamientos, únicamente buscando servir a Dios y nuestro propio bien y el de los demás. A partir de aquí, nuestra vida toma un nuevo rumbo y con el corazón limpio y en paz, podemos gritar, junto con toda la Iglesia en el mundo: ¡Gloria a Dios en las alturas!

Kyrie eleison    

 ¡Señor, ten piedad de nosotros!

La oración que llamamos Kyrie eleison (= Señor, ten piedad en griego) nos conecta con Dios que es nuestra ayuda eterna. Pocas palabras además de «Señor, ten piedad» (Marcos 10:48) resumen todas nuestras plegarias a Dios, que tiene el poder de ayudarnos, perdonarnos y renovarnos constantemente. En tiempos del Imperio Romano, Kyrie eleison, era también un grito que la gente usaba en los caminos públicos cuando pasaba un emperador. La frase pedía que esa persona poderosa tuviera misericordia, es decir, tuviera misericordia en su corazón. Era el grito desesperado de una persona desvalida ante un ser mucho más poderoso que ella, algo así como el pedido de un indulto por parte de un convicto.

Para los cristianos, la misericordia es mucho más de lo que se puede esperar; es un regalo de un Dios que es Todopoderoso hacia nosotros que somos sus creaturas. Por eso en esta plegaria, nosotros le pedimos a Dios, que es quien tiene todo el poder, que nos favorezca y nos perdone, aunque sabemos que no lo merecemos, pero confiamos en que como quiere lo mejor para nosotros nos dará su perdón y nueva vida, porque lo pedimos con fe y confianza en Él, reconociendo que sólo Él tiene el poder de dar ese perdón y renovar nuestras vidas.

El Kyrie eleison puede tomar a veces la forma de una Letanía, una oración compuesta de una serie de peticiones. La gente responde a cada petición con un pequeño estribillo, normalmente diciendo: «Señor, ten piedad». Estas palabras de la comunidad muestran que lo que el oficiante acaba de pedir es también su propia plegaria y se unen en sentimiento a ella.

«Señor, ten piedad» nos dice que vivimos siempre bajo la misericordia de Dios. Este grito de súplica nos ayuda a reconocer al mismo tiempo que Dios está por sobre de todo y es Todopoderoso; que Él está con nosotros en su infinito amor y misericordia; y que nos busca para perdonarnos y darnos vida.

Gloria in excelsis Deo

P  ¡Gloria a Dios en las alturas!

  Gloria a Dios en las alturas. Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad y amados por el Señor del cielo. ¡Gloria en las alturas!

La canción más antigua usada para el himno de alabanza a Dios es el Gloria in excelsis Deo (= Gloria a Dios en las alturas en latín), que nos recuerda el canto de los ángeles y pastores el día del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo, ofreciéndole alabanza como el Hijo de Dios que viene a dar su vida por nosotros y a unirnos con Dios para el perdón de los pecados y la vida eterna a través de la fe en Él («Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad», Lucas 2:14). Al unirnos en el canto de este himno, nos unimos en sentimiento a los pastores que recibieron la mejor noticia jamás recibida por alguien: «El ángel les dijo: “No tengan miedo. Miren que les traigo Buenas Noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor”» (Lucas 2:10-11).

La canción de los ángeles invita a todo el que oye el mensaje del Evangelio a dar gloria a Dios. Los ángeles también anunciaron que el recién nacido Jesús traía el regalo de la paz, la paz de Dios, transformando y capacitando a las personas para el amor a Dios y a sus prójimos. Este es un regalo maravilloso, un regalo que sólo Dios puede dar, y Él lo da a través de Jesús, su Hijo muy querido. Ahora podemos decir que estamos preparados para escuchar la Palabra de Dios y recibir su interpretación y mensaje a través del Sermón.

En Cuaresma se pospone esta alabanza como modo de preparación para recibir la Pascua de Jesús. Al no cantar el Gloria a Dios en las alturas, nos estamos preparando para cantarlo con gran energía y júbilo el día de la Resurrección para el domingo de Pascua en Semana Santa.

minimizar

♦ Liturgia de la Palabra ♦

Oración Colecta u Oración de la Palabra

Con la Oración somos invitados a conversar con Dios Padre por Jesucristo. Él, por lo tanto, es el centro de la conversación (siendo toda la liturgia esta conversación). Cómo dijo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14:6). Por eso, «Mi Padre les dará lo que ustedes le pidan en mi nombre» (Juan 16:23). Cómo Dios Padre conoce a Jesús, el Padre escucha y responde cuando nos acercamos “en nombre de Jesús”, entendiendo que nosotros creemos y confiamos en Jesús como nuestro único Mediador y Salvador que nos lleva al conocimiento y experiencia de Dios.

Con la oración Colecta empieza la Liturgia de la Palabra. Se llama así por ser un tipo de oración bien específica y concentrada, que tiene que “colecciona” o reúne los temas principales del día. Esto significa que esta oración está basada en las lecturas bíblicas que forman la base de la predicación de la Palabra, especialmente centrada en el mensaje del Evangelio, pidiendo a Dios que nos ayude a comprender ese mensaje y a hacernos parte de la misión de Jesús en la Iglesia.

Con la oración Colecta recordamos a Dios en toda su historia de salvación, su acción activa entre nosotros a lo largo de todos los tiempos y en todos los lugares. Como parte principal de esta revelación, Dios se mostró a sí mismo como el Dios Trino: nuestro Padre, el cual llega a nosotros a través del Hijo, en quien nosotros creemos por la acción de su Espíritu Santo. Por eso, muchas de las oraciones de la Iglesia escritas con gran cuidado y maestría, usan la forma de orar al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Basándonos en este íntimo conocimiento de Dios y de su Voluntad, le pedimos que use su poder para los hechos que reconocemos y que traemos a su atención. Es cierto que Dios puede y de hecho trata con estos problemas aún sin que nosotros se lo pidamos, pero el Señor quiere que nosotros nos acerquemos a Él con nuestras peticiones, para que Él pueda actuar a través nuestro y no en forma “mágica”: «Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; golpeen y la puerta se abrirá para ustedes» (Lucas 11:9). Claramente es un momento especial cuando el Pueblo de Dios reunido eleva sus pensamientos en oración.

Normalmente hay cinco partes en la oración Colecta. Esta oración incluye (1) un saludo, (2) una base de reconocimiento del poder de Dios para realizar la petición, (3) una petición específica para que Dios obre en nosotros y (4) un beneficio para los cristianos. La oración concluye con (5) una doxología o alabanza a Dios, que dice así: «… te lo pedimos en nombre de tu Hijo Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre. Amén».

Himno de la Palabra

Nos preparamos para escuchar las lecturas bíblicas entonando un himno que abra nuestros corazones hacia la Palabra de Dios. Normalmente este himno evoca la presencia e inspiración del Espíritu Santo en la Palabra proclamada y predicada, como fortalecimiento de la fe ante la revelación de Dios escrita en la Biblia.

Lecturas de la Palabra

Escuchamos selecciones recitadas de las Escrituras, abarcando tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento y especialmente el Evangelio. El Leccionario que utilizamos nos da una gran variedad de lecturas de toda la Biblia (considerándola casi por completo). En el transcurso de 3 años estamos expuestos a un amplio y rico panorama de temas bíblicos, pudiendo en este tiempo escuchar aproximadamente el 80% de la Biblia.

Para la primera Lección o lectura bíblica se considera un texto del Antiguo Testamento o del libro de los Hechos de los Apóstoles en el Nuevo, y luego una Carta Apostólica también del Nuevo Testamento, finalizando con la corona de la revelación de Dios: el Evangelio. El Antiguo Testamento nos habla de la intervención de Dios en la historia humana y nos prepara el camino para la lectura del Nuevo Testamento como la gran revelación de Dios en Jesucristo y el comienzo de la vida de fe en la Iglesia Cristiana. Hoy en día sigue siendo importante que escuchemos las voces de los profetas, salmistas y creyentes anteriores a Jesús. Así, podemos comprender el contexto en el cual Jesús caminó y predicó las Promesas de Dios. Recordemos que los profetas fueron los guías espirituales llamados por Dios, para liderar la fe del pueblo elegido, Israel. En este pueblo se establecieron las bases de la fe y la vida comunitaria, preparándose para la venida del Mesías, Jesucristo.

La Historia de Salvación que comienza con las Promesas de Dios hechas a los Patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y confirmadas en Moisés y los profetas, tiene su continuación en el Nuevo Testamento. Es la misma persona de Jesús quien actúa como nexo entre el antiguo Pueblo de Israel y el nuevo Pueblo de Dios: la Iglesia. En la vida, obra, muerte y resurrección de Jesús reside el Nuevo Pacto o Alianza que Dios tiene para hacer con toda la humanidad. Esta vez es una Alianza eterna y universal, para todos los que quieran vivir la fe formando el cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Las lecturas de la Biblia durante el Culto son como una llamada de Dios. Sabemos que la llamada es trascendental, porque viene de Dios y porque busca nuestro bienestar y paz. Dios mismo es la razón por la cual nos reunimos para adorar, y el recibir su llamada, es aquello que da sentido a nuestras vidas y fortalece nuestra fe. Dios tiene algo muy importante para decirnos y cada uno de nosotros puede decir desde su fe: “¡Dios está hablándome a mí! Siento su amor y quiero seguir sus mandamientos porque son mi alegría y mi bien

¿Qué lecturas se usan y cómo se eligen?

La Iglesia cristiana fue asignando a lo largo del tiempo, lecturas para cada domingo y también para las fiestas especiales, llegando a la confección de un calendario litúrgico anual.  Ese calendario se enfoca en la vida y enseñanza de Jesús, y con este fundamento, comparte contexto con lecturas del Antiguo Testamento y de cartas de los Apóstoles en el Nuevo, uniendo la vida de Jesús con las enseñanzas importantes de Dios en la vida del Pueblo de Israel y también a través de la Iglesia primitiva. Las lecturas son extraídas de tres secciones de la Biblia: 1) Antiguo Testamento y Libro de los Hechos de los Apóstoles (NT); 2) Epístola o Carta Apostólica del Nuevo Testamento; y 3) el Evangelio. Como parte de la liturgia, se lee o canta un Salmo para resaltar la experiencia personal de fe con Dios.

En las últimas décadas, el orden de lecturas más usado es el que  sigue un ciclo de tres años, designando los conjuntos de lecturas para cada año como:

  • «Ciclo A»: Establece la enseñanza de Jesús desde el Evangelio de Mateo y porciones del Evangelio de Juan.
  • «Ciclo B»: Establece la enseñanza de Jesús desde el Evangelio de Marcos y porciones del Evangelio de Juan.
  • «Ciclo C»: Establece la enseñanza de Jesús desde el Evangelio de Lucas y porciones del Evangelio de Juan.

Como se ve, las lecturas se distribuyen por los Evangelios “Sinópticos” (= más similares y paralelos) y a lo largo de los 3 años se lee el Evangelio de Juan.

Cuando los primeros cristianos se reunían para adorar, probablemente seguían la forma de adoración usada durante largo tiempo por el Pueblo de Dios, alternando entre alabanza, oración y la lectura de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento. Pero ahora Dios se había revelado en su Hijo Jesús; por eso la Iglesia puso a Jesús en el centro de su adoración, leyendo lo narrado en el Evangelio acerca de su vida, obra, muerte y resurrección. Sin embargo, como los apóstoles pronto percibieron, no todos comprendían, en la naciente Iglesia, lo que había dicho y hecho Jesús, ni las implicancias radicales para la vida diaria del cristiano. A veces dudaban u olvidaban lo que les había sido enseñado y otras veces se perdían o entraban en pánico debido a las persecuciones de los romanos o ante las creencias contrarias a la fe cristiana. Es por eso que el Apóstol Pablo y otros apóstoles escribieron cartas (Epístolas) a las iglesias y pidieron que las cartas fueran leídas cuando las comunidades se reunían para adorar, con la intención de fortalecer la fe de los cristianos y darles valor para mantenerse unidos en Dios. Por ese motivo, cuando una Epístola es leída hoy, esperamos un lineamiento directo y un camino a seguir en la vida cristiana. Como las cartas responden a problemas particulares de cada comunidad de la Iglesia cristiana primitiva, es necesario que sean leídas entendiendo su contexto (autor, fecha de redacción y problemáticas específicas de la Comunidad destinataria); de este modo, podremos ver que las tribulaciones de la Iglesia antigua, no son tan distintas a las nuestras hoy.

Aleluya

El Aleluya es una interrupción a las lecturas de la Biblia, que nos prepara para escuchar el Santo Evangelio, la Buena Noticia de Jesús, el fundamento de nuestra fe y conocimiento de Dios, y lo que da sentido a nuestra relación con Él. Esto es claramente visible en el canto general para todos los domingos excepto en tiempo de Cuaresma.

«Aleluya» significa en hebreo “Alaben al Señor”. Es un momento de alabanza por lo que Dios hizo en el mundo a través de Jesucristo: darnos la Vida eterna para todos lo que creen y confían el Él. Usualmente este Aleluya es cantado por toda la Comunidad en preparación para la lectura del Evangelio. En Cuaresma se pospone esta alabanza como modo de preparación para recibir la Pascua de Jesús. Al no decir el Aleluya, nos estamos preparando para cantarlo con gran energía y júbilo el día de la Resurrección para el domingo de Pascua en Semana Santa.

Es cierto que Dios se revela en todas las Escrituras leídas durante el Culto o Misa, pero el Evangelio nos acerca Jesús mismo, nuestro Redentor, el que nos trae directamente la comunión con el Padre. Es por eso que antes de escuchar la lectura del Evangelio, ofrecemos una palabra de alabanza con el ¡Aleluya! Cuando el Evangelio es anunciado, la congregación puede responder “Gloria a ti, Señor Jesús”. Esta pequeña, pero concisa confesión da la bienvenida a nuestro Señor Jesucristo que viene vivo hacia nosotros en su Palabra para llegar directo a nuestros corazones. Él está verdaderamente ahí y nos está hablando a nosotros. Cuando la lectura concluyó, damos gloria diciendo: “Alabanza sea a Ti, oh Cristo” o mostramos la confianza en la Palabra de Dios diciendo: “Amén”.

El Evangelio es el punto máximo en la serie de lecturas. La lectura del Antiguo Testamento comenzó a movernos hacia el Evangelio. El Salmo brindó un momento de alabanza, reflexión y experiencia de fe. La Epístola nos recordó lo que significa ser cristiano y vivir en Comunidad. El Aleluya dio una alabanza preparatoria para escuchar el Evangelio, las palabras del mismo Jesucristo habitando entre los seres humanos. Este es el momento de máxima revelación de Dios hacia el cual el culto nos va llevando.

Como símbolo de reverencia por estar en la presencia de nuestro Salvador, normalmente nos ponemos de pie para la lectura del Evangelio, aunque esto no quita que por respeto y alabanza a toda la Palabra de Dios, permanezcamos de pie durante todas las lecturas. En ocasiones especiales, una procesión puede llevar la lectura del Evangelio al centro de los fieles. Si se hace, esta acción dirige la atención al momento especial en el cual el Evangelio es leído; y leerlo en el medio de todos nosotros nos recuerda que el Evangelio pertenece a todo el Pueblo de Dios y es el centro de nuestras vidas. Si bien el Evangelio debe ser  leído por el pastor que preside la celebración, como representante de Cristo, el Evangelio nos pertenece a todos. El Señor le habla allí a todo su pueblo y por la fe reconocemos su voz. No es un mensaje común por eso centramos nuestra atención y recibimos su mensaje con alegría y con un corazón abierto y sincero.

Sermón, Prédica u Homilía

El Sermón es la Palabra de Dios contextualizada, interpretada y aplicada a nuestros días. Es el Evangelio sembrado en el corazón de cada uno. El predicador lo comparte como representante de Cristo y en persona de Cristo (in persona Christi). En las Iglesias Luteranas se tiene la tradición de ejercer la dinámica de “ley y Evangelio” en la predicación, lo cual significa que a través del sermón, se presenta a los oyentes la “ley de Dios”, sus mandamientos, con los cuales nos damos cuenta de que necesitamos de Dios para poder mejorar como personas. A través de la ley también nos damos cuenta de que somos pecadores y que sin Dios estamos condenados a una vida de egoísmo y vanagloria. Cuando nuestro espíritu se eleva al conocimiento de la necesidad que tenemos de Dios, viene la segunda parte, el Evangelio, el bálsamo misericordioso de Dios que nos dice: “Dios te ama y te busca para que creas en Él y transformes tu vida para encontrar paz”. En el Evangelio, es Cristo mismo el que nos muestra a Dios Padre y el camino de la vida en la fe hasta la vida eterna en la resurrección. Así, el predicador/a anuncia que el Reino de Dios está presente entre nosotros y que tenemos que arrepentirnos y creer en Cristo para poder vivir una plena comunión con Dios. El sermón también revela y explica la acción de Dios entre nosotros para que maduremos en nuestra vida cristiana y seamos mejores cristianos cada día, con más amor al prójimo y siendo más consecuentes con nuestra fe.

El sermón que nos mueve hacia la fe se asemeja a las buenas noticias que un reportero puede anunciar. El que predica está reportando sobre los eventos de las Escrituras y su implicancia para nuestras vidas. Sabe que son verdad y quiere hacer que todos conozcan la Buena Noticia de la venida de Dios al mundo por puro amor a la humanidad. Los sermones enfatizan el mensaje de salvación. Por naturaleza todos los seres humanos somos pecadores, estando todos imposibilitados de ser buenos cristianos por nuestros propios medios. Si bien muchos son reticentes a creer en el estado de inherente pecado en el cual vivimos, sólo hay que ver nuestro mundo y nuestros propios pensamientos y acciones para darnos cuenta que sin el apoyo y dirección de Dios, no podemos ser mejores personas ni dejar de pecar constantemente (considerando que “pecado” no es sólo matar o mentir, sino también cada pensamiento o acción que va en contra de Dios, de nuestros prójimos o de uno mismo). Ante esta situación, Dios prometió que enviaría un Salvador; así lo anunció a través de los Profetas y así lo llevó a cabo a través de su Hijo, Jesucristo. Y Jesucristo realmente nos salvó: a través de su nacimiento, su ministerio, su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, nos salvó de la auto-condena de una vida sin Dios, y nos abrió la posibilidad de tener el ejemplo vivo de fe y esperanza, que conduce nuestras vidas y nos transforma para nuestro propio bien. Cuando el predicador/a proclama este mensaje, está llamando a todos a reconocer su pecado y aceptar el perdón y la salvación en Jesús, mediante una transformación en sus vidas hacia un mayor amor a Dios, al prójimo y a uno mismo. Si lo hacemos, las bendiciones que Dios ha preparado para nosotros ya son nuestras, ahora y en la eternidad.

A través del sermón, el cristiano debe ser estimulado a crecer en un estilo de vida en confianza con Dios y en servicio a Dios en el mundo. Los creyentes necesitamos entender que nuestra fe en Dios nos da el poder para cambiar la forma en que conducimos nuestras vidas y el mundo entero. Necesitamos ser fuertes ante la tentación y al mal que rodea continuamente nuestras vidas para no repetirlo, sino más bien, conducirnos por el amor de Dios. Necesitamos sentir la actuación del Espíritu Santo en nosotros para que produzca los frutos a través nuestro: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22-23) y traer alegría a quienes nos rodean y a quienes necesiten de Dios.

El sermón, entonces, es una forma en que a través del Espíritu Santo se nos confronta y advierte de nuestros pecados y falencias (Ley) y se nos ofrece perdón, salvación y vida eterna (Evangelio). Tal como Dios en las Escrituras habló a su pueblo que sufría penas y dolores, del mismo modo Él nos conoce y nos habla a nosotros hoy sobre nuestras preocupaciones y dolores para darnos alivio y esperanza. Qué adecuado es, entonces, orar silenciosamente al final del sermón, meditar sobre su Palabra y ver cómo aplicarla a nuestra vida.

  Himno del día

El himno principal del Culto viene luego Sermón. Por su lugar especial, el Himno del Día es seleccionado para complementar y reforzar la predicación del Evangelio. Continúa pensamientos y exhortaciones similares del Evangelio y la predicación. Puede aplicar las enseñanzas del Evangelio a nuestras vidas o alabar a Dios por sus acciones reveladas en el mismo Evangelio. El objetivo es que la Buena Noticia de Jesús sea presentada tres veces: en la lectura del Evangelio, en el Sermón y en el Himno del Día. Así, por cualquiera de estos tres caminos, nuestros corazones son abiertos por el amor, la fe, el perdón y la bendición de Dios revelado en Jesucristo.

Credo

Confesamos nuestras faltas con arrepentimiento y compromiso de dejarnos transformar por Dios, quien nos habla a través de su Evangelio y nos lo explica mediante el Sermón. Luego reflexionamos sobre aquello entonando el himno del día, y una vez finalizado este proceso, estamos listos para Confesar nuestra Fe con el Credo. Con el Credo respondemos al grandioso amor mostrado por Dios a lo largo de la historia y ahora mostrado personalmente a cada uno de nosotros durante el Culto. Todos los cristianos nos unimos en una sola voz para responder a Dios confesando públicamente nuestra fe con las palabras del Credo.

La Iglesia Luterana, como parte de la Iglesia de Jesucristo de todos los tiempos y lugares, comparte con la Cristiandad histórica y tradicional los tres Credos Ecuménicos (= “Ecuménicos” en cuanto representan a la comunión de todo el cristianismo, del griego oikouménē = comunión universal): el Credo Niceno-Constantinopolitano, del año 325 y modificado en 381; el Credo Atanasiano (de origen incierto, cerca del siglo V o VI); y el Credo Apostólico (cerca del siglo VII). Cuando los cristianos confesamos uno de estos Credos, afirmamos lo que nos une en Cristo, nuestro Bautismo en nombre de Dios Trino, nuestra fe en Dios Trino, nuestra salvación por medio de la fe en Cristo y la gracia de Dios. En el Credo todos los cristianos somos uno en Cristo y uno en la fe esencial.

Los Credos nacen de la necesidad de la Iglesia antigua por contar con una doctrina clara en cuanto a las creencias incuestionables de la fe cristiana. Ante las arremetidas de diferentes movimientos no-cristianos, los obispos de la época se reunieron durante mucho tiempo hasta encontrar la solución a las diferentes y dudas que acontecían a la Iglesia. Esta solución era representada mediante un Credo, el cual explicaba lo que era correcto creer y lo que no, algo imprescindible para que la Iglesia pudiera crecer sin ser dividida ni corrompida por falsas interpretaciones o creencias.

Los Credos no son extractos de la Biblia, sino son tratados teológicos que intentan resumir la doctrina y el mensaje que hay en la Biblia. No contienen todo lo que dice la Biblia, ni pretenden hacerlo, sino que mencionan las creencias básicas que nos unen a todos los cristianos, como lo son: la fe en Dios Trino; la humanidad y divinidad de Jesucristo el Hijo de Dios, su vida, muerte y resurrección; la virginidad de María; el Espíritu Santo; el perdón de los pecados; la Comunión de los Santos (= bautizados), etc. Cuando nosotros, los creyentes, confesamos nuestra fe a través del Credo, reafirmamos todos juntos lo que sabemos de Dios y nos unimos como una sola Iglesia universal. De aquí que cuando decimos el Credo no estamos orando, sino que estamos confesando nuestra fe, es decir, dando testimonio de nuestra fe de una manera sencilla y resumida. Dada la importancia del Credo, nos ponemos de pie para realizar esta confesión.

Usualmente en los cultos utilizamos el Credo Apostólico, ya que es el más resumido de los tres y nos presenta una doctrina trinitaria bastante explícita. Primero, reconocemos que Dios Padre hizo todo lo que existe en la tierra y en el universo, y que éstas son muestras de su infinito poder y su amor por la humanidad. Luego describimos a su Hijo Jesucristo que es Dios y hombre, que vino a la tierra para acercarnos a Dios, y que fue crucificado por obediencia a Dios para abrir el reino de los cielos y la vida eterna por todos nosotros. A pesar de haber muerto, haber sido sepultado y haber sentido incluso la “lejanía de Dios” (= el infierno, del latín Infernos), Jesús se levantó de entre los muertos y subió al cielo dando paso a la resurrección de los muertos; la mayor esperanza cristiana de una vida en completa comunión con Dios a través de la fe en Cristo. Ahora es Él quien rige toda la Creación y vendrá de nuevo a juzgar a todos, vivos y muertos. Finalmente, confesamos que el Espíritu Santo también es Dios y actúa en el mundo inspirando y fortaleciendo en la fe a los seres humanos. A través del Espíritu Santo, Dios mantiene la Santa Iglesia Cristiana y la Comunión de los Santos. Por la fe que el Espíritu Santo nos otorga en el Bautismo y por la presencia real de Cristo que recibimos en la Santa Cena, esperamos ser levantados de entre los muertos a la imagen de Cristo, en el último día, en una sola gran comunión, para vivir eternamente en comunión plena con Dios y junto a todos sus santos.

El Credo Apostólico es confesado todos los domingos y también en los Bautismos. Martín Lutero utilizó este Credo en sus Catecismos para enseñar los fundamentos de la fe cristiana.

El Credo Niceno es el más antiguo y nace como la solución ante la problemática de la Iglesia en los primeros siglos con los movimientos llamados arrianos y gnósticos, que dudaban de la doble naturaleza de Cristo, totalmente Dios y totalmente ser humano al mismo tiempo. Así, enfatiza que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre; por eso tiene que ser seguido y adorado.

El Credo de Atanasio es más extenso y teológico : se usa el domingo de la Fiesta de la Santa Trinidad

Oración General de la Iglesia: las Plegarias

Finalizada la confesión de fe, continuamos nuestro diálogo con Dios mientras nos preparamos para la Santa Comunión. Seguros de que Dios está realmente presente cuando nos unimos en comunidad para alabarlo y escuchar su Palabra, confiamos ahora en que Dios también escucha y responde a nuestras oraciones y súplicas.

La Oración General de la Iglesia u Oración de Intercesión es el momento dado por Dios para unirnos en oración por nuestras necesidades personales y comunitarias. Es un momento muy importante en el servicio divino, ya que oramos por la Iglesia, por el país, por el mundo, por los enfermos, los excluidos, etc., y también por las necesidades especiales de cada uno. En esta oración, el Pueblo de Dios perdonado, renovado e instruido en la Palabra de Dios, ora para que el buen Dios bendiga a toda su Iglesia y a los que trabajaban con amor y fe en ella; para que Dios ayude a quienes lo necesitan; para que ilumine a los gobernantes; para que alimente a los que tienen hambre y sed; y para que dé esperanza a los que sufren y fe a los que no pueden creer.

Este espacio de oración puede gozar de un momento de oración personal en silencio o en voz alta. También se puede utilizar un formato antifonal que permita participar a todos los presentes. De esta forma, el oficiante comienza con una invitación a orar y luego dice las intenciones particulares. La congregación es invitada a responder, indicando que ellos también están orando las mismas intenciones, diciendo: «Escúchanos, Señor, te rogamos» o «te suplicamos Señor». Usualmente, la oración finaliza con las palabras del oficiante encomendando a Dios todo lo que fue pedido y ofreciendo la oración del Padre Nuestro en el nombre de Jesucristo.

† El Padre Nuestro

El Padre Nuestro es la oración perfecta. Jesús mismo nos enseña cómo orar. Sus palabras se convierten en nuestras palabras. Sus pensamientos guían nuestros pensamientos y nuestras vidas hacia la verdadera fe y el correcto actuar desde la fe en el mundo. Así decimos:

  • Padrenuestro que estás en los cielos: reconociendo que Dios es nuestro Padre y creador de todas las cosas, orándole como sus hijos e hijas amados por Él.
  • Santificado sea tu nombre: queremos que el nombre de Dios sea santo, sagrado, un gran tesoro para toda la humanidad. Es santo entre nosotros, cuando le honramos con nuestras vidas al creer y obrar como verdaderos cristianos.
  • Venga a nosotros tu Reino: nuestro Dios y Padre celestial rige el mundo y queremos que también reine en nuestros corazones. El mal no debe vencernos, y por eso pedimos a Dios que se haga presente en toda su majestad y amor en nuestras vidas, dándonos poder a través de su Palabra y su fe, para vencer las tentaciones. Que el Reino de Dios venga a nosotros implica vivir en comunión con Cristo y vivir en este mundo confiando en Él y disfrutando de su amor y cuidado constante.
  • Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo: queremos que se haga siempre la voluntad de Dios por sobre la nuestra. No queremos que el mundo sea gobernado por el egoísmo humano, sino por el amor y la entrega de Dios. Sabemos que Dios hace lo que es mejor para nosotros y confiamos en que su voluntad debe hacerse para que encontremos la paz y la felicidad en nuestras vidas. Si en el cielo los ángeles obedecen a Dios, queremos que ocurra lo mismo con nosotros acá en la tierra, y así vivir como si estuviéramos en el “cielo”, confiados plenamente en sus promesas de vida y vida eterna.
  • El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy: miramos hacia Dios para poder suplir nuestras necesidades básicas. Incluimos todas nuestras necesidades en la palabra “pan”: comida, vestimenta, salud, familia, ocupación, amigos, protección, justicia, etc. Queremos que sea Dios quien provee y no nosotros por nuestros propios medios. Necesitamos de la ayuda de Dios para lograr nuestras metas y vivir en el mundo hoy sin caer en frustraciones ni desesperación. Al mismo tiempo queremos que Dios nos utilice como instrumento suyo para alimentar a los hambrientos de fe y de pan material.
  • Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores: a menudo nos molestamos por las falencias y pecados de los demás, pero queremos aprender a perdonar a quienes nos ofenden y a quienes están en “deuda” con nosotros. Con estas palabras reconocemos que estamos en una “deuda de amor” con Dios y con nuestros hermanos y hermanas; nos damos cuenta que no hemos sido tan buenos como creemos y que no hemos hecho todo lo que la fe nos dicta en el corazón, por lo cual estamos en deuda con los demás. Pedimos a Dios que nos perdone, y al mismo tiempo nos comprometemos a actuar igual con nuestros prójimos.
  • Y no nos dejes caer en la tentación: El mundo a nuestro alrededor quiere que corramos tras las riquezas y el poder. Nuestros propios deseos nos hacen tropezar y caer en esas tentaciones. Nuestro propio pecado y duro corazón hace que perdamos nuestra confianza y esperanza en Dios. Por eso imploramos la ayuda de Dios para que nos fortalezca en su fe y no permita que caigamos en la tentación de creernos dioses y de hacer mal a nuestros prójimos o a nosotros mismos.
  • Mas líbranos del mal: El mal y el pecado son inherentes a nosotros y no podemos dominarlos por nuestros propios medios. Por eso le pedimos a Dios que nos ayude a poner a Cristo en el centro de nuestras vidas y no a nuestro propio ego que nos hace creernos como dioses y superiores a los demás. Sólo Dios puede mantenernos a salvo de nosotros mismos y transformar nuestros corazones y pensamientos para el bien propio y de toda la humanidad. Pedimos más fe para seguir siempre firmes en el camino de justicia, verdad y amor, y cuidarnos de todo lo que nos aleja de Dios.
  • Porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén: Reconocemos finalmente que Dios es el único Señor todopoderoso, que rige sobre todo lo que existe y por toda la eternidad. Dios es el único que merece la gloria y el honor sin fin. Con una afirmación contundente: «Amén», declaramos, «que así sea». Esta última frase es una doxología, es decir, una alabanza al Señor. No forma parte del Padrenuestro en sí mismo, y debe su origen a un agregado posterior. Tampoco Lutero la incluyó en las ediciones originales de sus catecismos. Sin embargo, es una muy buena forma de terminar la oración que nos enseñó el Señor Jesús, reconociendo la gloria de Dios por siempre.

Vale destacar que en muchas liturgias, el Padre Nuestro no forma parte de la Oración General de la Iglesia, sino que marca el final de la Oración Eucarística (como era en la Misa latina), preparatoria para la Santa Cena, dando mayor énfasis a ésta. En ambos casos el Padre Nuestro cierra la oración, lo cual marca el uso fundamental de esta oración de Jesús, y de cómo debemos usarla también al final de cada una de nuestras oraciones personales o comunitarias.

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♦ Liturgia Eucarística ♦

Las lecturas y el sermón nos recuerdan los actos de salvación de Dios. Nuestras vidas dependen de su gracia y amor. En respuesta, traemos nuestras peticiones a Él. Agradecidos por sus dones, le devolvemos a Él parte de lo que Él nos dio. Nuestros pensamientos de agradecimiento son cantados en el ofertorio mientras miramos hacia la Cena del Señor, la Comunión, la forma especial en que eligió para estar con nosotros. Luego de presentar las ofrendas a Dios, comienza la celebración de la Eucaristía.

El Ofertorio y la Ofrenda

P  ¡Realicemos el mandato de Cristo y ofrezcamos nuestros dones al servicio del Señor!

Ya presentamos a Dios nuestras oraciones y ahora devolvemos a Dios como ofrenda parte de los dones que hemos recibido por su gracia. El Ofertorio es un canto utilizado para introducirnos al agradecimiento a Dios a través de nuestra ofrenda. Se centra en lo que Dios ha hecho y todavía está haciendo por nosotros. El Ofertorio se dice o se canta mientras la Comunidad entrega sus ofrendas. Esta Ofrenda es un acto de alabanza y una respuesta visible de los cristianos y cristianas a la constante presencia y ayuda de Dios. Primero los creyentes ofrecemos nuestras oraciones; ahora nos entregamos nosotros mismos: nuestro tiempo, dones, bienes, mentes y corazones al servicio de Dios y de la Iglesia. En iglesias urbanas esta ofrenda es manifestada usualmente a través de dinero como donación para las obras diacónicas o de misión de la iglesia. En iglesias rurales, esta ofrenda puede estar dada mediante frutos de la tierra (o del mar). Sin importar el tipo de ofrenda, ésta se entrega (ofrece) voluntariamente y en forma alegre. Es una respuesta genuina y agradecida a la bondad de Dios, según es revelada en la Palabra y el Sacramento. Lo recolectado es llevado al altar a modo de ofrenda para recordarnos que devolvemos al Señor parte de lo que Él nos ha dado, para ir en ayuda de otros. La ofrenda es una donación de corazónPor eso Dios nos hace un llamado a dar una ofrenda que sea de corazón y que responda a las necesidades de nuestro entorno.

La Ofrenda es para agradecer lo que Dios ha hecho en nosotros haciéndonos parte activa en su misión y ayuda al prójimo.

El saludo de la Paz

Una vez que recibimos el perdón de Dios, escuchamos su Palabra y su exhortación, y ya nos estamos preparando para recibir su presencia real en la Santa Cena, nace en nosotros la necesidad de comenzar en poner en práctica el amor de Dios en el lugar donde estamos. Como una forma de manifestar nuestra fe y compartirla con nuestros hermanos y hermanas, es que nos deseamos mutuamente la Paz del Señor.

P  ¡La paz del Señor sea con ustedes!

El compartir la Paz del Señor es una respuesta en anticipación de la gracia de Dios que hemos recibido y que será coronada con la Santa Cena que se está por consumir. Allí, Cristo nos da su paz y nos habilita para vivir en paz con nuestros prójimos. Cualquier otra paz es imperfecta; con la Paz de Cristo en nosotros, podemos estar en paz con nuestros hermanos y hermanas. Por eso compartimos su Paz, el uno con el otro, siempre en Cristo. Al desearnos la Paz implica desear lo mejor que uno puede dar al otro. Es el Shalom hebreo que llega hasta nosotros desde los primeros creyentes de la época del Antiguo Testamento y la paz que desean los ángeles a los pastores en el anuncio del nacimiento de Cristo. Esa paz que Dios viene entregando de generación en generación, es la que nosotros deseamos a nuestros prójimos, y lo hacemos con un cariñoso saludo, abrazo fraterno y beso de la paz.

Cuando la congregación comparte la paz entre ellos mismos, las personas pueden decir las mismas palabras: «La paz del Señor sea contigo». En los primeros siglos de la Iglesia, los creyentes compartían el saludo con un “beso santo” (Romanos 16:16; 1ª Pedro 5:14) y un abrazo, mostrando el cariño, afecto y compromiso de amor con sus hermanos. Además, en la Paz se nos exhorta a reconciliarnos con el hermano en conflicto, de modo que debemos utilizar este espacio para buscar al hermano y abrazarlo con un genuino deseo de Paz, dando pie a una reconciliación desde el amor, el perdón y la fe de nuestro Dios.

Oración o Plegaria Eucarística

Esta Oración Eucarística nos introduce por completo a la realidad de la Santa Cena. Nos recuerda el paso de la Palabra de Dios desde los Patriarcas y los Profetas, hasta los apóstoles y llegando a nuestros días. Así también pedimos la bendición especial de Dios para que a través del Espíritu Santo santifique el pan y el vino de modo que sean para nosotros verdadero cuerpo y verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que conocemos como Epíclesis, la llamada al Espíritu Santo sobre los elementos del pan y el vino.

P  Santo eres Tú Señor, fuente de toda santidad. Te pedimos ahora que santifiques estos dones, de pan y vino, con tu Espíritu Santo, de modo que sean para nosotros verdadero cuerpo y verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo.

Luego el pastor repite las mismas palabras que Jesús dijo cuando instituyó la Santa Cena junto a sus discípulos (Última Cena) en la celebración de la Pascua judía. Con esto, Jesús transforma la antigua Pascua (liberación de la esclavitud en el Éxodo) en una nueva Pascua (liberación de la muerte por medio de la resurrección de Cristo). Así, si la Pascua judía celebraba la liberación de Egipto por mano poderosa de Dios a través de Moisés, la nueva Pascua cristiana hará realidad la liberación del pecado y de la muerte por obra y amor de Dios en Jesucristo. Esto es lo que celebramos y recibimos realmente cuando compartimos la Mesa del Señor.

P  La noche en que fue entregado, nuestro Señor Jesús tomó pan y habiendo dado gracias, lo partió y dio a sus discípulos diciendo: Tomen y coman; esto es mi cuerpo que por ustedes es dado. Hagan eso en memoria de Mí.

Después de haber cenado, tomó la copa y habiendo dado gracias, la dio a ellos diciendo: Beban todos de ella, esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto todas las veces que beban en memoria de Mí.

¡Cada vez que comemos de este pan y bebemos de esta copa, proclamamos la muerte y resurrección de nuestro Señor, hasta que Él vuelva en gloria!

Estas palabras de Jesús en los Evangelios Sinópticos, y repetidas por Pablo en 1ª Corintios 11:23-26 como enseñanza para su comunidad en Corinto, son las utilizadas por toda la Iglesia Cristiana para instituir la presencia real de Cristo en el pan y en el vino, que se traduce en presencia real de Dios en nuestras vidas que fortalece nuestra fe y sella en nosotros su promesa de perdón y vida eterna. Es por el cuerpo y la sangre real de Cristo que se cumple en nosotros el verdadero perdón de los pecados y la verdadera esperanza de la resurrección a la vida eterna que Dios ha dispuesto para nosotros. Es la confirmación cotidiana de nuestro Bautismo y es el pilar de nuestra renovación y fortaleza en la fe.

Cuando Jesús instituyó la Santa Comunión el día anterior a su muerte, Él sabía lo que estaba por suceder y por eso nos dejó esta “última voluntad y testamento”. Un testamento no sólo distribuye los bienes de una persona, también dice algo acerca de cómo la persona quiere ser recordada. La Santa Comunión es la manera en que Cristo quiere que lo recordemos y recibamos, cuando dijo: «Hagan esto en memoria de Mí». Las palabras de Institución no son una oración sino una proclamación, la declaración de Jesús, sus propias palabras en las Escrituras: «Esto es mi cuerpo»; «Esta es mi sangre». Dichas por el pastor que actúa en representación de la congregación y por llamado de Dios, los cristianos están confesando que saben y creen que este es el testamento verdadero de Jesús.

Esta fiesta es verdaderamente especial. Es la muestra de cómo será el Gran Banquete Prometido de Dios para nuestra resurrección y vida eterna. Acá hay verdadero pan y verdadero vino para comer y beber. Pero Jesús dice que es su cuerpo real y su sangre real. Ambas afirmaciones son ciertas, aun cuando no entendamos cómo sucede esto, porque es un Misterio de la Fe. Sabemos que el pan y el vino no son transformados a otra cosa que no sea pan y vino (como sostienen los católicorromanos con la “transubstanciación”). También sabemos que el pan y el vino no “representan” ni “simbolizan” el cuerpo y la sangre de Cristo (como creen los de tradición calvinista con el “memorial”), sino que lo son realmente, porque es lo que Jesús mismo dijo: «este es mi cuerpo» y «esta es mi sangre», y así lo recibimos y tomamos, como verdadero cuerpo y verdadera sangre de Cristo “con, bajo y en” el pan y el vino, dados para el perdón de nuestros pecados, el fortalecimiento de la fe y la vida eterna.

Al comer y beber en la mesa de Jesús, una persona recibe el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo desde la fe. Para los creyentes esta Cena trae grandes bendiciones: ofrece y otorga el perdón de los pecados y le invita a vivir la vida eterna hoy mismo. Esto es claro en el testamento final de Jesús: «dada para el perdón de sus pecados». Esto ofrecido y dado a cada creyente que con humildad desee recibir el don de vida de Dios y fortalecer su fe. La Santa Cena confirma nuestra esperanza de vida en Dios; nos insta a permanecer pacientes y confiados en Dios en tiempos de dificultades; aumenta nuestra capacidad de amar y de amor por Dios; desarrolla nuestro amor por otros seres humanos y nos capacita para perdonar; profundiza nuestra unión con Cristo y con los otros cristianos de la comunidad. Esta es la manera en que Cristo quiso que lo recordemos y recibamos a lo largo de nuestras vidas, por eso mientras más veces podamos recibir su Sacramento del Altar, más oportunidades de renovar nuestra fe tendremos.

Agnus Dei o Cordero de Dios

  ¡Oh Cristo, cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros!

¡Oh Cristo, cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros!

¡Oh Cristo, cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos tu paz! Amén.

Agnus Dei significa literalmente Cordero de Dios, y se refiere al símbolo que la Palabra de Dios establece para la Cena del Señor. Los primeros creyentes desde Abraham en adelante, hacían sacrificios u holocaustos de animales, usualmente corderos y animales puros, para “agradar a Dios”. Los inmolaban como ofrenda para así lograr su beneplácito. Con la venida del Hijo de Dios al mundo, Jesús retiró estos sacrificios, los que también hacían los sacerdotes de su época, instalándose Él mismo como el último sacrificio hecho para agradar a Dios. En este caso, es Dios mismo quien se sacrifica por el ser humano, con el fin de darnos el perdón y la fe sólo por su gracia y no por nuestros méritos. Es por esto que decimos que «Cristo es el cordero que quita el pecado del mundo». Juan el Bautista usó esa imagen para Cristo (Juan 1:29). El profeta Isaías del Antiguo Testamento la había usado varios siglos antes (Isaías 53:7). La imagen también es usada en la revelación del cielo que vio el discípulo Juan (Apocalipsis 5:12), para señalar que sólo en Cristo podemos conocer a Dios y que sólo a través de Él recibimos su gracia y misericordia, y no por nuestras obras, acciones o sacrificios.

El Cordero de Dios acentúa el sacrificio de Cristo de una vez y para todos. La inocencia de un cordero también simboliza la propia falta de pecado de Jesús. Fue matado sin quejas, yendo a la cruz voluntariamente. Pero ahora este Cordero, presente en el pan y el vino es el objeto de nuestra salvación, y es por esto que al recibir el sacramento no decimos «gracias» a quien nos da el pan o el vino, sino que decimos «Amén», confirmando que lo que estamos recibiendo es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre que Cristo entregó por nosotros en la cruz.

Comunión o Santa Cena

Al dar el pan y vino a cada comulgante el ministro o el ayudante puede decir:

«El cuerpo de Cristo, dado por ti».

«La sangre de Cristo, derramada por ti».

Al recibir el pan y vino los comulgantes dicen: «Amén», enfatizando la fe en el Sacramento y en su actuación en la vida de lo reciben. Al finalizar la distribución del Sacramento, el oficiante puede decir:

P  Que el Señor Jesucristo, por medio de su santo cuerpo y su preciosa sangre, los fortalezca y los guarde en la verdadera fe hasta la vida eterna.  Amén

Vayan en la paz Dios, sirviendo al Señor.

Los que han recibido el Sacramento responden: ¡Demos gracias a Dios! Recordando siempre el agradecimiento a Dios por haber renovado la fe de la comunidad reunida en su Nombre.

En cuanto a la distribución (en círculo, media luna, filas) y la periodicidad (un vez al año, sólo los domingos, todos los días) de la Santa Cena hay varias tradiciones. Sí vale destacar que Jesús mismo instauró los Sacramentos para que fueran utilizados por los cristianos como sello y cumplimiento de las promesas de Dios. No existe pecado tan grande ni razón alguna para dejar de asistir a la Mesa del Señor, ya que es allí en donde Dios quiere unirnos como comunidad y transformar nuestros corazones hacia el amor y la verdadera fe. De aquí que sostenemos que mientras más pecadores somos, entonces más necesitamos de la presencia real de Dios en nuestras vidas, suponiendo siempre un verdadero arrepentimiento e intención de ser transformados por Dios. En la Iglesia Luterana, la Mesa del Señor es abierta para toda persona bautizada, arrepentida y miembro  que desee ser tocada por Dios y que quiera recibir ese pan y ese vino como el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo dadas para nuestro bienestar y vida eterna.

Celebrando la Santa Comunión es la forma en que Cristo nos mandó que lo recordemos, recibamos y proclamemos. Creyendo en Él, comemos y bebemos su cuerpo y su sangre, saciando nuestra vida, hambre y sed de justicia, y Él nos bendice y fortalece en la fe, en la vida, en la muerte y en su resurrección.

Oración de Acción de Gracias – el Cántico de Simeón

Habiendo escuchado la Palabra y recibido el Sacramento de la Santa Cena, volvemos en paz al mundo para vivir diariamente nuestra fe y dar testimonio del amor de Dios a todas las naciones. Qué mejor que dar gracias a Dios a través de la oración porque nos ha renovado mediante su don de vida. También le pedimos que al comer y beber, nos fortalezca en la fe y en el amor mutuo. Agradecemos a Dios por el perdón y la paz dados en el Sacramento y le pedimos que dirija nuestros corazones y nuestras mentes con su Espíritu Santo y nos ayude a poner nuestras vidas a su servicio, de modo que se haga siempre su voluntad por sobre la nuestra.

Esta oración establece claramente los beneficios que recibimos en la Cena del Señor. El Señor nos prepara para la vida, dándonos amor para compartir con los demás y paz para conducir nuestras vidas. Acá el Espíritu dirige y motiva nuestro servicio a Dios donde también expresamos nuestro agradecimiento en la oración, y por supuesto, continuamos expresándolo con una vida en constante servicio y humildad para la gloria de Dios.

Bendición

Al finalizar el Culto, Dios nos provee de una guía y protección especial. Hemos sido perdonados en la Confesión y hemos reconocido el amor de Dios en ese perdón; el buen Dios nos ha renovado con su Palabra y mostrado el camino que debemos recorrer como cristianos; hemos gozado de la compañía y el estímulo de otros cristianos que compartieron la Paz del Señor y desean vivir sus vidas en esa paz y en servicio a Dios; y finalmente fuimos alimentados y fortalecidos con su Santa Cena en la presencia real de Cristo que ahora habita en nosotros. Ahora retornamos a nuestros hogares, a nuestras vidas cotidianas, a nuestros trabajos, estudios y quehaceres. Estamos retornando a un lugar de tentaciones, un lugar en donde el mundo, día y noche, envía mensajes que se oponen a la voluntad de Dios. Por eso el buen Dios nos reviste de su bendición a través de palabras que están llenas de poder, porque son de Dios mismo.

A través de Moisés, Dios dio ciertas palabras a Aarón y su descendencia para usar al bendecir al pueblo de Dios (Números 6:24-26):

P  El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia. El Señor vuelva su rostro hacia ti y te conceda su paz. Amén.

Con estas palabras, los siervos de Dios daban la bendición del Señor a los israelitas. De la misma manera hoy, el pastor u oficiante, un representante de Cristo en medio nuestro, nos da la bendición de Dios a nosotros, la Comunidad y Pueblo de Dios.

La bendición se dice con las manos levantadas, como Cristo levantó sus manos para bendecir a sus discípulos antes de su ascensión (Lucas 24:50). Cuando el pastor dice las palabras de bendición, se hace la señal de la cruz. La cruz es el símbolo la victoria de nuestro Señor sobre el pecado y la muerte, y es la base de nuestro amor y paz con Dios. En este signo, nosotros somos victoriosos. A través de Cristo, Dios reconcilió el mundo haciendo la paz a través de su sangre, derramada en la cruz (Colosenses 1:20). De esta manera somos bendecidos al partir. Estamos en paz. La bendición de Dios está en nosotros. Retornamos a nuestra vida diaria, renovados, fortalecidos y confiados plenamente en Dios.

Respondemos con «Amén». ¡Sí! Es tal como Dios ha prometido. ¡Sí! Nos bendice y nos da un futuro brillante a través de Jesucristo, nuestro Señor. Agradecidos y confiando en Él, estamos listos para servir al Señor. Y hasta que Él venga de nuevo para llevarnos a su Reino definitivo para estar con Él para siempre, nosotros decimos con fuerza el triple amén invocando a Dios Trino y su acción en nosotros y el mundo:

  ¡Amén, Amén, Amén!

Himno de Salida

Para finalizar con alegría y gozo esta celebración en Comunidad, qué mejor que hacerlo cantando y dando gloria a Dios por su Creación, por su amor y por todo lo que nos ha dado antes y durante el Culto y por la fortaleza que nos dará a nuestra nueva salida al mundo.

Postludio

La Comunidad se toma un último momento de reflexión sobre todo lo que ha vivenciado en el culto. Hemos sido exhortados, enseñados, renovados, fortalecidos, consolados, esperanzados y hemos sentido el amor y perdón de Dios. Esto requiere de un tiempo de introspección seria para poder salir al mundo con una mente clara y un corazón seguro en la fe. Para esto tenemos un espacio musical que nos ayuda a entrar en contacto con uno mismo y con nuestros iguales y prepararnos para salir gozosos del culto hacia la nueva vida a la que hemos sido llamados.

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El altar  Sobre el altar, que es el centro de la iglesia, se hacen presentes la sangre y el cuerpo de  Cristo. El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado. El altar es también símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente). Conviene que en todas las iglesias haya un altar fijo, que es signo más claro y permanente de Cristo Jesús, la Piedra viva… Se llama altar fijo al que está adherido al suelo y por tanto no se puede mover. El altar ocupe el lugar que en verdad sea el centro hacia el que espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles.”  Esto implica que el pastor deberá tener espacio suficiente a ambos lados principales del altar (posterior y frontal) para poder celebrar los cultos . Normalmente sobre el altar, o apoyado en él, o a un costado del altar deberá preverse la colocación de la Cruz  .

La pila bautismal Toda iglesia ha de tener pila bautismal.

La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo debe tener lugar apropiado para la celebración del Bautismo y favorecer el recuerdo de las promesas del bautismo .La pila bautismal debiera ser visible en todo tiempo, ya que todo el ritual guarda relación estrecha con los actos cuyas sedes naturales se encuentran en éste (la proclamación de la palabra, exhortaciones y homilías, bendición, la santa cena, etc.) . Las pilas bautismales son normalmente redondas u octogonales. La razón de utilizar el octógono como forma geométrica se basa en su significado simbólico: El Domingo es el “octavo día”, y se refiere a la regeneración de la creación realizada por la Resurrección de Cristo.  La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una prefiguración de la salvación por el Bautismo (oración de Lutero). En efecto, por medio de ella “unos pocos, es decir, ocho personas, fueron salvados a través del agua”. Este simbolismo se enlaza con la tradición judaica de circuncidar al niño a los ocho días de nacido (cfr. Génesis 17,12; Lucas 2,21; Filipenses 3,5).  Su forma debe guardar correlación con el altar.  

El Púlpito La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio reservado para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva espontáneamente la atención de los fieles. El púlpito es el lugar reservado para la proclamación de la Palabra de Dios. Conviene que en general el púlpito sea un lugar fijo y no móvil… y estar dispuesto de tal manera que los ministros ordenados y los lectores puedan ser cómodamente vistos y oídos por los fieles.  Su forma debe guardar correlación con el altar.

Crucifijo También sobre el altar o junto a él haya una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser bien vista por la asamblea congregada. Conviene que esta cruz, al evocar a los fieles la pasión salvadora del Señor, permanezca cerca del altar también fuera de las celebraciones litúrgicas. La cruz procesional puede ser la misma que la cruz de altar, en cuyo caso deberá preverse un lugar apropiado y la posibilidad de extraerla: La cruz con la efigie de Cristo crucificado, si se lleva en la procesión, puede ser colocada junto al altar como cruz de altar; pero como ésta debe ser una sola, si ya hay cruz de altar fija, sea llevada a otro lugar distinto.

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